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Reseña: Martín Fierro, héroe o pendenciero. 

  • Foto del escritor: Jonathan Sánchez
    Jonathan Sánchez
  • 11 jul 2019
  • 4 Min. de lectura

Corría el año 1872 y la modernidad comenzaba a asomar en Buenos Aires, se respiraba un aire de tranquilidad y el progreso en el área de comunicaciones y educación prometía mejorar la situación de miles de porteños. Pero a las afueras de la región urbana la situación era diferente. Los gauchos vivían en una situación de extrema pobreza, excluidos y marginados eran obligados a pelear en la frontera contra los mapuches o a trabajar como peones de estancia, donde su situación no hacía más que empeorar. Analfabetos, toscos y con costumbres diferentes a la de los aristócratas y terratenientes, eran considerados como un barbaros, una plaga que había que exterminar junto con el indio. Perseguidos, muchos optaban por la vida nómada, robando para comer y matando para cuidar el honor. Pero no todo eran penalidades en la vida del gaucho, cada vez que había un pericón asomaba para bailar y enamorar alguna china, otras veces concurría a la pulpería para oír a los payadores o batirse en un contrapunto que la mayoría de las veces terminaba en un duelo de facones. Tales andanzas dieron origen a una de las obras más importantes de la literatura argentina. Obra que sirvió para contar, y por qué no, denunciar las penalidades por las cuales pasaban los gauchos de esos tiempos. Y claro que si hablamos de gauchos hablamos del “Martín Fierro”, la obra que puso a Hernández en la élite de los grandes escritores nacionales. Criado entre gauchos, aprendió sus costumbres y se familiarizó con su lenguaje, fue testigo del sufrimiento del hombre de campo, al que le tomó un gran cariño y al cuál defendió a lo largo de su trayecto. Fue en ese contacto que conoció la historia de un gaucho que vivía en la zona de la Lobería Grande (actual Mar del Plata), famoso por su fama de guapo y matrero y cuyo nombre era Martín fierro. Querido y odiado, el Martín fierro ocuparía un lugar importante en las clases más bajas. Todas las noches, las pulperías rebosaban de hombres que se reunían a escuchar los versos que contaban esa historia que evocaba a la naturaleza libre del gaucho. La vida en el campo, el reclutamiento involuntario en la milicia, el maltrato de los milicos o la guerra con el indio fueron algunos de los temas que atraparon a muchos de estos hombres. Sentían que esos versos eran la voz que se alzaba para contarle al mundo que ellos no eran los vagos y pendencieros que todos decían que eran. Ya no estaba más el héroe intelectual y extranjero, el militar guapo y temerario o el típico noble caballero. Sino que era un hombre común y corriente, con sus mismas debilidades, que sufría por los mismos motivos, un gaucho. Para los intelectuales de la época, la obra era considerada de una riqueza literaria pobre y corriente, que no era más que la historia de un delincuente que huía de la ley. Pero las frías críticas eran eclipsadas por el éxito de ventas, miles de ejemplares se vendieron en ese primer año y lo que sorprendió a muchos fue que esa mayoría pertenecía a una clase analfabeta. Juan María Torres, le escribe a un exiliado Hernández para admirar la belleza de su obra y para refutar las críticas negativas que recibía. Torres decía que el Martín fierro no era aceptado en las clases intelectuales por que no provenía del extranjero, acusaba que la sociedad de la época se creía iluminada sólo por leer lo que no entendía, de aplaudir lo absurdo por el simple hecho de ser escrito por un “Yankee” o un francés y que eso impedía poder apreciar lo bello y especial de lo nacional. Este Martín Fierro, que para Borges era “un cuchillero de pulpería, delincuente, bárbaro, nacido de una obra infantil y en verso”. O ese Martín fierro que para Lugones era el poema épico nacional por excelencia, “que expresa la vida heroica de la raza y su lucha por la libertad”. Es el que despierta sentimientos enfrentados, el que causa odio y admiración a la vez, violenta pero noble, sufrido y luchador. Quien lo lea puede encontrar esa hazaña de la que habló Leónidas Lamborghini, la hazaña de poder lograr convertir a un cuchillero en un héroe nacional, de transformar una simple obra en un poema que evoca a todo lo que nos identifica como argentinos. Héroe o no, pendenciero o justiciero, el Martín Fierro llega hasta nuestros días con la intención de mostrarnos quienes somos. Más allá de lo literario, es un espejo donde vemos reflejadas nuestras fallas y logros. En cada verso y cada estrofa, algo va despertando dentro del lector. Y ahí comienza esa división, donde se puede elegir matar al gaucho (como lo hizo Borges en “El Fin”) y dejar enterrado nuestro carácter liberal y porque no rebelde. O elegir sumergirse en esa verdad que nos cuenta y convertir en nuestro héroe a ese hombre común y corriente, con más defectos que virtudes, para volver a nuestras raíces y sacar a relucir todo eso que somos y que queremos ocultar. Queramos o no, donde se vea a un argentino se ve a un gaucho, y donde se ve a un gaucho se ve al Martín fierro. Años después, cuando ya no estemos, la obra seguirá, junto a muchas otras. Quizás pierda su popularidad y se convierta en un libro empolvado y olvidado en un cajón de biblioteca, o tal vez se convierta en una obra sin precedentes, tal el caso “Del cantar del Mío Cid” o porque no de la “Ilíada”. No lo sabemos, pero mientras exista estará mellando siempre en el interior de cada lector para crear esa brecha interna, brecha que siempre existió y que nos identifica como país. Jonathan Sánchez.

 
 
 

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